¿Qué pasaría si mezclásemos Torrente, con Trainspotting, y lo aderezásemos todo con un poco de psicología barata? ¡Eso es Filth!
Filth es una de las películas, fuera de los circuitos comerciales, más interesantes en lo que va de año (en realidad es del 2013, pero nos llega con retraso); entre otras cosas porque está firmada por uno de los grandes del género sucio, realismo sucio —en versión escocesa—, o como queráis llamarle. Hablamos de Irvine Welsh, quien en los años ochenta alcanzó un éxito inesperado con su novela Trainspotting; especialmente con la versión cinematográfica de la misma. Ahora, muchos años después, nos llega otra adaptación de una novela suya, y no, no se trata de la segunda parte de Trainspotting, igualmente anunciada para no se sabe cuándo —puede que antes de lo que creemos—, sino de Filth (traducido como mierda, basura, inmundicia). Una película acerca de las aventuras y desventuras de Bruce Robertson (James McAvoy), un policía un tanto especial, que no dejarán indiferente a nadie.
«Filth, el sucio» es el título de esta película, cuyo protagonista es un policía escocés que, en un principio, nos lo presentan como una nueva versión de Torrente, solo que, más allá de la descripción del personaje, como corrupto, misógino, racista, pendenciero, y mentalmente desequilibrado, el resto de posibles coincidencias no son más que fruto de la casualidad, y tampoco es que haya muchas. Es como si uno de los chicos de Trainspotting se hubiese hecho mayor, tras sobrevivir a sus particulares circunstancias, y hubiese encontrado trabajo, en este caso, supuestamente del lado de la ley. Cabe destacar al actor James McAvoy, en la piel de este poli impresentable; un actor que hace el papel de su vida, quedando muy atrás su primer reconocimiento o nominación a un premio interpretativo, por su papel del fauno Tumnus en Las Crónicas de Narnia. Si bien difícilmente lo reconocerás por su nombre, si lo harás por su cara, tan pronto salga en pantalla, pues es un habitual de muchas películas, pero seguro que con este registro tan, tan gamberro y sinvergüenza, te dejará totalmente descolocado.
Torrente —si tomamos la comparación—, es una parodia de parodias, de principio a fin, donde todo se reduce a lo absurdo, los cameos y los gags escatológicos, sin más. Sin embargo, el personaje de Bruce, policía escocés que anhela un ascenso por encima de todo, y para lo cual sería capaz de hacer todo, absolutamente todo lo que fuese necesario, es mucho más complejo; y lo que empieza siendo una divertida película, sucia y gamberra, que recuerda y mucho a la citada Trainspotting, termina siendo un patético drama, donde el personaje no se sabe muy bien si da pena, asco, o simplemente aburre.
Filth empieza genial, aunque también es cierto que lo hace de una forma muy extraña. Al principio es imposible comprender qué es lo que está sucediendo, nada más abrir plano la esposa del personaje, hablando precisamente de éste y sus aspiraciones en la vida. Es imposible saber qué es lo que se oculta tras un inicio tan enigmático —a no ser que te hayas leído la novela, cosa que recomendamos—, y tampoco es que uno tenga mucho tiempo para detenerse un instante a pensar sobre ello, pues Bruce toma las riendas del guión, pasando sobre él como una apisonadora. El ritmo es vertiginoso y durante un buen rato asistiremos a un impresionante repaso acerca de las cualidades policíacas del personaje, y cómo es su particular forma de servir y proteger en nombre de la ley. Algunas frases son muy ingeniosas, aunque sin mucho sentido, como la del frasco de semen (cuando veáis la película sabréis de que hablo); luego están los momentos delirantes, como cuando se le ocurre hacer fotocopias de las partes nobles de todos los asistentes a una fiesta, y otras son para ganarse el atroz ataque de los sectores más conservadores, como cuando chantajea a una menor, obligándola a una limpieza de sable. Es decir, el perfecto discípulo de Torrente —o maestro quizás—, pero más salvaje, porque, entre otras cosas, resulta más creíble y no tan casposo.
Sin embargo, a media que avanza el metraje uno se da cuenta que hay algo que no funciona. Es todo muy extraño. Él y su mujer nunca comparten plano y, en definitiva, da la impresión como que su mujer no existe, que está muerta, pues siempre que aparece muestra una tez pálida, mortecina. Es ahí cuando la trama se complica y deja de ser divertida. El personaje poco a poco se derrumba, ya no resulta gracioso, ya no produce asco, ya no produce horror, ya no produce otra cosa que no sea patetismo. Resultar patético es lo peor de todo. Una vez descubrimos el porqué de su comportamiento, la realidad sobre su mujer, y el secreto que oculta a todos sus compañeros, Filth ya no es lo que era. El bajón y la decepción son terribles, y la película sucumbe en las procelosas aguas de la psicopatología.
La última vuelta de turca de los guionistas trata de remontar el interés perdido, dejándonos un sabor de boca agridulce, donde un perdedor siempre lo será, incluso guando gana. Pero esa remontada forzosa llega demasiado tarde, Filth no sabe cómo aprovecharla, y el espectador abandonará la sala con el hastío del último tramo en su paladar, lo cual jode y mucho, más cuando semejaba que estábamos degustando un sabrosísimo bombón de chocolate. Como todos sabemos, muchos ocultan una sorpresa poco agradable —ese licorcillo amargo que se nos sale de la boca de repente pringándolo todo—, y Filth entraría dentro de esta categoría.
Filth, el sucio (2013)
Lo mejor: Un arranque bestial, buena banda sonora, y una puesta en escena del personaje realmente divertida, aunque con muy mala leche, dejando a Torrente como un simple aficionado a las groserías.
Lo peor: El trauma psicológico que arrastra el personaje, que poco a poco iremos descubriendo, y nos arruinará la película, a no ser que te gusten este tipo de historias tragicómicas.
Veredicto: A pesar de que hacia la última media hora todo se desinfla y deja de tener interés, merece la pena. Es una película diferente, a rebufo de Trainspotting, aunque si esto del realismo sucio no te va, o eres de los que se espantan con lo que no es políticamente correcto, mejor no las veas.